jueves, 24 de mayo de 2007

Exāmen 1.0

(Foto de Eduardo "Edo" G. Tamayo)

Comprender es el principio de aprobar.
Baruch de Spinoza


La historia educativa nos ha acostumbrado -"casi" siempre y por desgracia- a que en un examen académico tienes que verter en un tiempo límite todos los temas del curso y, que de no hacerlo satisfactoriamente, el resultado puede ser terrible: reprobar. Además no siempre el éxito de una prueba depende de cuántos conceptos hayas memorizado, sino que también hay un papel externo que pone en tela de juicio nuestros resultados académicos: el destino. Si te toca hacer un examen en un mal día (es decir, se te presentan factores como una ruptura amorosa, una enfermedad, un velorio), el resultado probablemente no sea el óptimo. En estos casos, evidentemente, el examen puede resultar agobiante, estresante, insoportable y aterrador. También se puede dar el caso contrario, que un día antes del examen sea el mejor de tu vida (te enamoras perdidamente, te vuelves millonario, te regalan un viaje todo pagado) y que, obviamente por ello, dejas de lado el examen: el exceso de adrenalina puede -en algunos casos- ser fatal.

Recuerdo muy agradablemente que hace unos años (para ser exactos era el mes de mayo de 2002, un lustro atrás y en la recta final de la licenciatura) había un profesor de Lingüística Aplicada que buscaba siempre que viéramos y leyéramos el mundo con otros ojos, que fuéramos más allá. Faltaban sólo dos semanas para que acabara el curso y nos hizo la recomendación que estudiáramos bien y que sobre todo aprendiéramos a leer. El comentario nos pareció excesivo. Era claro que sabíamos leer y, por supuesto, que también estudiaríamos. Los días pasaron y se escurrieron entre las letras y las teorías: las dos semanas volaron. Llegó el día del examen. La hora de la verdad estaba ahí. El profesor llegó con un paquete gigantesco: los exámenes. Nosotros, al ver todos esos exámenes, pensamos que aquella evaluación sería una masacre. Todos tomamos nuestros asientos con mucho nerviosismo. Antes de entregarnos el examen, el profesor nos sugirió que leyéramos primero toda la evaluación y luego puso una fecha en la pizarra. Una vez que estábamos en completo silencio, el docente comenzó a repartir las pruebas.

Con el examen en las manos y éstas mojadas producto del nerviosismo, la mayoría de mis compañeros pusieron su nombre en la evaluación y comenzaron a contestar el examen: lo de siempre. No repararon en un detalle que, ahora sé a la distancia de los años, me salvó. El examen en la parte superior tenía el logo de la universidad y debajo de éste estaban tanto el nombre del profesor como el de la asignatura. A posteriori, había dos instrucciones en negrillas: Primero lea atenta y cuidadosamente todo el examen. Segundo, por favor no conteste el examen hasta leer la tercera instrucción. Después de las dos instrucciones, aparecía un espacio en blanco para el nombre del alumno y a continuación las 120 preguntas del examen.

La mayor parte de mis compañeros se limitaron sencillamente a contestar el examen: hicieron caso omiso de las instrucciones u olvidaron leer "bien"... Mi situación fue distinta, me di a la tarea de leer todo el examen y esperar la tercera y famosa instrucción. Después de 15 minutos de lectura de cada una de las preguntas y de observar que todas eran perfectamente contestables, la tercera instrucción estaba ahí, aguardando mi lectura al final del examen. Tercero, escriba su nombre completo en el espacio en blanco asignado en la primera hoja y después, sin ninguna pregunta contestada, entregue el examen al profesor. Si usted ya ha contestado el examen, lo siento... Ha reprobado la materia y tendrá que presentarse a un segundo examen. El siguiente examen se aplicará en la fecha que está puesta en la pizarra. Se le recomienda que aprenda a leer. Gracias. Escribí mi nombre completo en el examen y se lo entregué al profesor: aprobé la materia. Resolver los problemas en el momento adecuado con la sabiduría, la genialidad y la inteligencia necesaria es resultado de que has aprendido: te gradúas porque ya sabes cómo, por qué y para qué.

NOTA: «Más que concebir la evaluación como un proceso que lleva a cabo una persona, el profesor, por ejemplo, sobre otra, el alumno, se ve como un proceso de doble dirección que supone la interacción entre ambas partes. El papel del asesor consiste entonces en entablar diálogo con la persona que está evaluando para descubrir su nivel actual de rendimiento en cualquier tarea, y en compartir con ella las formas posibles de mejorar ese rendimiento en posteriores ocasiones. De este modo, se considera que la evaluación y el aprendizaje no están separados, sino que son procesos profundamente ligados» (Williams y Burden: 1999, 51).

WILLIAMS, M. y R. L. Burden (1999). Psicología para profesores de idiomas. Enfoque del constructivismo social. Cambridge: Cambridge University Press.

martes, 15 de mayo de 2007

Spatĭum 1.0


Toda pulgada cúbica de espacio es un milagro.
Walt Whitman

Un viejo refrán popular mexicano dice que "no por mucho madrugar amanece más temprano". En muchas ocasiones, creemos que por hacer todo raudo y temprano los resultados serán positivos y satisfactorios. Sin embargo, no siempre resulta así. Durante varios años como docente de bachillerato y universidad, he tenido la oportunidad de dar clases en múltiples horarios y creo que un horario óptimo para que tanto los alumnos como el profesor se sientan cómodos es entre las 10 y las 12 del día. ¿Por qué? Porque sencillamente para que exista una interacción armónica y eficaz entre los cuatro aspectos fundamentales de la enseñanza-aprendizaje (profesor, alumno, tarea, contexto del aprendizaje), dos elementos, tanto el profesor como los alumnos, deben estar en su máximo rendimiento. Es de suponerse que en este horario ambos elementos están descansados (no han madrugado ni hay legañas), los estómagos no gruñen ni refunfuñan (han desayunado) y el cuerpo se siente entero para dar y recibir la vid del conocimiento (nuestros sentidos ya están sensibles y dispuestos). Caso contrario sucedería si la clase fuera muy de mañana, todos soñarían con la cama o con un vaso con leche o café y un delicioso pan y, obviamente, las lengua meta quedaría en un segundo plano, o si fuese después de la comida, todos buscarían la obligada siesta.
No obstante, hay que señalar que este factor no es el único para que una clase converja satisfactoriamente, también hay que pensar en el espacio: el aula. Los alumnos, debido a su contacto con el otro (interacción social) y por su natural deseo intrínseco de pertenecer y convivir, buscan hacer de la lengua un instrumento propio, asequible y manuable para dar sentido y ser más competentes en un entorno social. Un profesor eficaz, que conoce cabalmente el proceso de enseñanza-aprendizaje, tiene que capacitar a los alumnos para que dominen la lengua en un ambiente dentro y fuera del aula. Para ello, el docente se vale tanto de los materiales que ha preparado (las tareas) como de los recursos que hay en el aula (pizarra digital, mesabancos, ordenadores, audio, video, etc.) para propiciar un ambiente adecuado para el aprendizaje. Un aula que permita este desarrollo será aquella que tenga los recursos y la tecnología que desarrolle la democracia (no un sistema jerárquico donde el profesor esté siempre al frente, sino un ambiente circular donde todos estén incluidos), la individualidad y la colectividad del trabajo (pupitres movibles), el bienestar (decoración agradable y de acuerdo con el entorno de enseñanza), la autonomía (ordenadores personales con amplios recurosos multimodales para que permitan desarrollar la seguridad). Pese a que se pueden tener todos los recursos más avanzados de la tecnología, no hay que perder de vista que tanto el profesor como los alumnos gestarán en el aula la visión propia y colectiva del mundo, y forjarán en la lengua meta sus creecias y actitudes.

Por último, si se trata de cumplir deseos y uno que otro capricho, como profesor me encantaría tener en mi aula una pizarra digital como la que se muestra en el siguiente video. Espero que los "Reyes Magos" lo tomen en consideración este próximo enero...


miércoles, 9 de mayo de 2007

ψυχο-λογία 1.0


Dime y lo olvido,
enséñame y lo recuerdo,
involúcrame y lo aprendo.
Benjamin Franklin

Thelma (la profesora): Da guord is "pásguord". Espélit, plis.
Manuel (el alumno): Pásguord. Pi - ei - doubul es - doubul yu - ou -ar - di. Pásguord.

Password fue la palabra-clave que entregó el primer premio del concurso de Spelling Bee de la primaria, un viaje todo pagado a Disneyland, y además la admiración de todos los amigos hacia Roberto. Creo todos mis excompañeros de colegio recuerdan dos detalles de aquel concurso de Spelling Bee: la palabra password y el entonces paradisíaco premio. Curiosamente, hace un par de semanas, platicando con Manuel por el messenger (mésenyer), nos acordamos de aquel concurso del que toda la escuela estuvo involucrada. Después de bromear y reírnos sobre aquel concurso, Manuel me confesó que se acuerda de casi todas las palabras que le preguntaron durante el concurso y que si no hubiera sido por el fabuloso premio (que en aquel entonces parecía la panacea más suculenta), todo estaría ya en el olvido. Es cierto, viéndolo desde esta perspectiva, aquí el conductismo funcionó bien -al menos eso parece-: gracias al estímulo (premio "Disneyland"), el alumno genera una respuesta positiva (memoriza la palabras). No obstante, un "pero" del conductismo es el condicionamiento del conocimiento: hace que sólo el alumno responda positivamente siempre y cuando haya un estímulo. No sólo hay que enseñar al alumno a responder positivamente, sino que como profesores debemos explicar ampliamente los objetivos de la enseñanza, desglosar nuestros contenidos en pequeños bloques, observar el ritmo de trabajo de los alumnos y si éste va de acorde con ellos, y buscar reforzar lo enseñado mediante nuevas actividades... En fin, hay que buscar que el alumno observe a la lengua meta como un medio y un comportamiento que tiene que desarrollar para que sea capaz de comunicarse eficientemente en diversos contextos y situaciones. Hay que involucrar al alumno para que aprenda a pensar con eficacia.