Comprender es el principio de aprobar.
Baruch de Spinoza
Baruch de Spinoza
La historia educativa nos ha acostumbrado -"casi" siempre y por desgracia- a que en un examen académico tienes que verter en un tiempo límite todos los temas del curso y, que de no hacerlo satisfactoriamente, el resultado puede ser terrible: reprobar. Además no siempre el éxito de una prueba depende de cuántos conceptos hayas memorizado, sino que también hay un papel externo que pone en tela de juicio nuestros resultados académicos: el destino. Si te toca hacer un examen en un mal día (es decir, se te presentan factores como una ruptura amorosa, una enfermedad, un velorio), el resultado probablemente no sea el óptimo. En estos casos, evidentemente, el examen puede resultar agobiante, estresante, insoportable y aterrador. También se puede dar el caso contrario, que un día antes del examen sea el mejor de tu vida (te enamoras perdidamente, te vuelves millonario, te regalan un viaje todo pagado) y que, obviamente por ello, dejas de lado el examen: el exceso de adrenalina puede -en algunos casos- ser fatal.
Recuerdo muy agradablemente que hace unos años (para ser exactos era el mes de mayo de 2002, un lustro atrás y en la recta final de la licenciatura) había un profesor de Lingüística Aplicada que buscaba siempre que viéramos y leyéramos el mundo con otros ojos, que fuéramos más allá. Faltaban sólo dos semanas para que acabara el curso y nos hizo la recomendación que estudiáramos bien y que sobre todo aprendiéramos a leer. El comentario nos pareció excesivo. Era claro que sabíamos leer y, por supuesto, que también estudiaríamos. Los días pasaron y se escurrieron entre las letras y las teorías: las dos semanas volaron. Llegó el día del examen. La hora de la verdad estaba ahí. El profesor llegó con un paquete gigantesco: los exámenes. Nosotros, al ver todos esos exámenes, pensamos que aquella evaluación sería una masacre. Todos tomamos nuestros asientos con mucho nerviosismo. Antes de entregarnos el examen, el profesor nos sugirió que leyéramos primero toda la evaluación y luego puso una fecha en la pizarra. Una vez que estábamos en completo silencio, el docente comenzó a repartir las pruebas.
Con el examen en las manos y éstas mojadas producto del nerviosismo, la mayoría de mis compañeros pusieron su nombre en la evaluación y comenzaron a contestar el examen: lo de siempre. No repararon en un detalle que, ahora sé a la distancia de los años, me salvó. El examen en la parte superior tenía el logo de la universidad y debajo de éste estaban tanto el nombre del profesor como el de la asignatura. A posteriori, había dos instrucciones en negrillas: Primero lea atenta y cuidadosamente todo el examen. Segundo, por favor no conteste el examen hasta leer la tercera instrucción. Después de las dos instrucciones, aparecía un espacio en blanco para el nombre del alumno y a continuación las 120 preguntas del examen.
La mayor parte de mis compañeros se limitaron sencillamente a contestar el examen: hicieron caso omiso de las instrucciones u olvidaron leer "bien"... Mi situación fue distinta, me di a la tarea de leer todo el examen y esperar la tercera y famosa instrucción. Después de 15 minutos de lectura de cada una de las preguntas y de observar que todas eran perfectamente contestables, la tercera instrucción estaba ahí, aguardando mi lectura al final del examen. Tercero, escriba su nombre completo en el espacio en blanco asignado en la primera hoja y después, sin ninguna pregunta contestada, entregue el examen al profesor. Si usted ya ha contestado el examen, lo siento... Ha reprobado la materia y tendrá que presentarse a un segundo examen. El siguiente examen se aplicará en la fecha que está puesta en la pizarra. Se le recomienda que aprenda a leer. Gracias. Escribí mi nombre completo en el examen y se lo entregué al profesor: aprobé la materia. Resolver los problemas en el momento adecuado con la sabiduría, la genialidad y la inteligencia necesaria es resultado de que has aprendido: te gradúas porque ya sabes cómo, por qué y para qué.
NOTA: «Más que concebir la evaluación como un proceso que lleva a cabo una persona, el profesor, por ejemplo, sobre otra, el alumno, se ve como un proceso de doble dirección que supone la interacción entre ambas partes. El papel del asesor consiste entonces en entablar diálogo con la persona que está evaluando para descubrir su nivel actual de rendimiento en cualquier tarea, y en compartir con ella las formas posibles de mejorar ese rendimiento en posteriores ocasiones. De este modo, se considera que la evaluación y el aprendizaje no están separados, sino que son procesos profundamente ligados» (Williams y Burden: 1999, 51).
WILLIAMS, M. y R. L. Burden (1999). Psicología para profesores de idiomas. Enfoque del constructivismo social. Cambridge: Cambridge University Press.
Con el examen en las manos y éstas mojadas producto del nerviosismo, la mayoría de mis compañeros pusieron su nombre en la evaluación y comenzaron a contestar el examen: lo de siempre. No repararon en un detalle que, ahora sé a la distancia de los años, me salvó. El examen en la parte superior tenía el logo de la universidad y debajo de éste estaban tanto el nombre del profesor como el de la asignatura. A posteriori, había dos instrucciones en negrillas: Primero lea atenta y cuidadosamente todo el examen. Segundo, por favor no conteste el examen hasta leer la tercera instrucción. Después de las dos instrucciones, aparecía un espacio en blanco para el nombre del alumno y a continuación las 120 preguntas del examen.
La mayor parte de mis compañeros se limitaron sencillamente a contestar el examen: hicieron caso omiso de las instrucciones u olvidaron leer "bien"... Mi situación fue distinta, me di a la tarea de leer todo el examen y esperar la tercera y famosa instrucción. Después de 15 minutos de lectura de cada una de las preguntas y de observar que todas eran perfectamente contestables, la tercera instrucción estaba ahí, aguardando mi lectura al final del examen. Tercero, escriba su nombre completo en el espacio en blanco asignado en la primera hoja y después, sin ninguna pregunta contestada, entregue el examen al profesor. Si usted ya ha contestado el examen, lo siento... Ha reprobado la materia y tendrá que presentarse a un segundo examen. El siguiente examen se aplicará en la fecha que está puesta en la pizarra. Se le recomienda que aprenda a leer. Gracias. Escribí mi nombre completo en el examen y se lo entregué al profesor: aprobé la materia. Resolver los problemas en el momento adecuado con la sabiduría, la genialidad y la inteligencia necesaria es resultado de que has aprendido: te gradúas porque ya sabes cómo, por qué y para qué.
NOTA: «Más que concebir la evaluación como un proceso que lleva a cabo una persona, el profesor, por ejemplo, sobre otra, el alumno, se ve como un proceso de doble dirección que supone la interacción entre ambas partes. El papel del asesor consiste entonces en entablar diálogo con la persona que está evaluando para descubrir su nivel actual de rendimiento en cualquier tarea, y en compartir con ella las formas posibles de mejorar ese rendimiento en posteriores ocasiones. De este modo, se considera que la evaluación y el aprendizaje no están separados, sino que son procesos profundamente ligados» (Williams y Burden: 1999, 51).
WILLIAMS, M. y R. L. Burden (1999). Psicología para profesores de idiomas. Enfoque del constructivismo social. Cambridge: Cambridge University Press.