El alba dulce trae consigo un par de cirrus, un vientecillo gélido, miles de tibios rayos de Sol y la infalible esperanza. La mezcla de la primera luz del día antes de salir el Sol y la indefectible esperanza avivan la emoción y el sentimiento de que aquello que fue soñado alguna vez es posible hoy. Aquel que ha visto y sentido un amanecer no puede negar que es una de las experiencias más gratificantes y placenteras. Así con este primer regalo, un sencillo amanecer, el día entero se colma de sonrisas y expectativas.
Siempre he considerado al inicio de un curso académico como el alba dulce. Un momento crucial para que se gesten factores imprescindibles para el desarrollo satisfactorio del alumno. De este curso que apenas comienza y de los que vendrán en años posteriores espero que las clases se conviertan en experiencias gratificantes y que exploten tanto el ámbito intelectual y racional así como el potencial creativo de forma integrada en las diferentes habilidades lingüísticas (hablar, escuchar, leer y escribir). También me parece necesario que en un curso se enseñen hábitos de aprendizaje autónomos y de autodirección.
La metodología que me gustaría que se empleara para que todos estos factores comulguen en armonía durante el curso sería la que he osado denominar el alba dulce. ¿Cuál es? La respuesta es muy sencilla: te levantas muy temprano, antes de que despierte el día -por supuesto-, y esperas un rato, cuando veas el amanecer, disfrútalo, no te pierdas ni un instante de él, y cuando veas que el Sol ha salido completamente, sin que te hayas dado cuenta habrás vivido una experiencia increíble, el alba dulce. Sé, como Harold E. Edgerton, que «El secreto de la educación es enseñar a la gente de tal manera que no se den cuenta de que están aprendiendo hasta que es demasiado tarde.» Es decir, viviendo el conocimiento, hasta que un día sabes sin querer que has vivido, experimentado y conocido.
2 comentarios:
Me ha gustado muchísimo la forma en que recreas el pensamiento de un docente en el primer día de clases. Sin duda, me he sentido completamente identificada. Los rostros expectantes de mis alumnos en una gélida mañana de agosto es una experiencia que me llena de alegría. Aún conservo la sensación de nervios compartidos con mis alumnos. Ellos ansiosos por aprender y saber qué tenía que decir y yo, ansiosa por conocer sus nombres, saber qué esperaban de mi curso y de qué manera podía aportar algo a sus vidas.
Gracias, Laura, por tu comentario y qué mejor que el texto te haya hecho despertar todos los sentimientos que mencionas en tu comentario. Y sí, siempre hay nervios compartidos los primeros días de clase.
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